Juana de Arco by Katherine J. Chen

Juana de Arco by Katherine J. Chen

autor:Katherine J. Chen [Chen, Katherine J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2022-07-05T00:00:00+00:00


IX

Cuando Colet de Vienne vuelve a ver a Juana, le sonríe. Es una sonrisa tímida. Y parece un poco asustado, tal vez porque piensa que ella es capaz de alzarlo en vilo y lanzarlo a la otra punta de la habitación como si no fuera más que un montón de arpillera.

—Por aquí —dice rápidamente, correteando por la antecámara.

Conduce a Juana a una escena que parece sacada de los cuentos de princesas de su tío. Ve a una mujer con un vestido de seda azul sentada en un sillón que parece un trono, con una prenda de color oscuro sobre el regazo. Igual que si estuviera posando para un cuadro, sostiene en la mano una aguja de la que cuelga un hilo. La rodean cuatro damas de compañía sentadas sobre cojines: con sus vestidos de intensos tonos verdes y suntuosos amarillos, mangas anchas y tocados en los que relucen perlas y granates del tamaño de los ojos de un buey, parecen una muestra de las ropas más finas de un mercader. Dos de ellas rebuscan en un cofre de hierro y depositan joyas en una bandeja. Otra se inclina sobre un tocado grande como un cisne; la cuarta cose.

Por un momento, Juana se queda sin aliento. Puede que los caballeros lleven corazas de acero y camisas de cota de malla, pero estas mujeres se protegen el corazón con broches de rubíes y alfileres de diamantes en forma de estrella. Los caballeros tienen sus yelmos, pero estas damas poseen cuernos. De sus cabezas sobresalen hennins altos como torres, y de cada torre cuelga una bandera victoriosa, un velo traslúcido y resplandeciente, tan fino que se podría atravesar con la mano como si estuviera hecho de aire.

Ante semejante concurrencia, Juana se siente cohibida. Sigue llevando la misma túnica que cuando salió de Vaucouleurs, solo que ahora acaba de ver que tiene una fea mancha. Puede ser de hierba o, peor, tal vez sean restos de excrementos de perros o caballos. Y, como le dijo Le Maçon, huele mal. Después de saludar con una reverencia, da un paso atrás; no sabe dónde meter las manos ni qué hacer con los pies, que ahora le parecen indecorosos y grandes. Y espera que las mujeres no empiecen a gritar, que no la confundan con un ogro torpe.

Las mujeres, sin embargo, parecen saber lo que está pensando. La miran arqueando las cejas depiladas con un gesto sutil y sonríen discretamente.

Pero, entonces, un destello de color, un repentino barrido de una manga de color azul, como si fuera el ala extendida de un martín pescador, y las damas de compañía se levantan en silencio de sus cojines y salen arrastrando los pies.

—¡Bueno! —dice Yolanda de Aragón, al tiempo que deja caer al suelo la prenda que tenía sobre el regazo y se levanta.

La mujer que vas a conocer es una dama de muchos títulos, le ha dicho Le Maçon. Suegra del delfín. Soberana de cuatro reinos: Aragón, Sicilia, Jerusalén y Chipre. También es duquesa de Anjou y condesa de Provenza, aunque en otros tiempos fue regente de ese hermoso lugar.



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